La Herradura Oxidada, 2020

La intimidad no nace para ser robada de inmediato, a pesar de que esta pudiera ser su verdadera naturaleza; sin embargo hay estigmas, como son las palabras, que luchan contra esa transitoriedad, frente a esa erosión permanente de lo que esencialmente somos: unos contenedores de tiempo.
Y al igual que una hemorragia es taponada por una canción –que escuchamos en bucle- así las palabras intentan dar testimonio de la piel; o como el aleteo de un pájaro simula la forma de un presentimiento o la flor más perfecta no se encuentra contenida en el interior de las fotografías sino dentro de un decorado, es decir, en un recuerdo, así la luz es guillotinada por un parpadeo y todo lo que soñamos nos deja de pertenecer nada más transcurridas unas décimas de segundo.
Y eso es algo a lo que Fran se opone con todas sus fuerzas con estos poemas, su estrategia consiste en esperar a las palabras, en un intento por acercarse a los ritmos de la cotidianidad: un café, el idioma del cuerpo,…etc. Y en esa tarea de ir amontonado espejos, ir sublimando cada pequeño rincón de lo vivido.
Fran no sale al encuentro de su presa, es esta la que se ofrece víctima al cazador; su espera de lo cotidiano es lo que le permite ofrecer (al lector) una experiencia más completa. Porque también la monotonía, que no es sino una repetición simétrica y transparente, se trata del mejor plagio de la vida; al igual que en un instante se puede concentrar toda la promiscuidad: aquella en la que dos amantes yacen, pero no hacen el amor, en tanto permanecen unidos uno encima del otro, sorbiéndose los ojos, y se reconocen como dos huérfanos pero sin atreverse a cometer el incesto.

Pues bien, en ese acto de búsqueda del infinito (“A siete minutos de aquí el infinito”) la perfección podría ser esta: un instante en el que un adolescente pasea por la playa de Saint-Tropez, no mas real que una ecuación que habita en el mismo centro del Universo –y que no explica absolutamente nada-. Porque cualquier aproximación a la belleza nos hiere. Y sospechamos que nunca volverá a contener tanta belleza ese cuerpo, ni que la exactitud del reloj será tenida en cuenta por el fiel del horizonte.
Será por ello que Fran Picón decide resguardar algunas sílabas debajo de los paraguas, allí, a salvo de la erosión incesante. E imaginar la misma perfección que pudiéramos encontrar en el acto en el que una dependienta dobla las camisas, logrando hacer coincidir milimétricamente dos horizontes, el pasado, el futuro con otro cuerpo, pues Fran sabe que la simetría más exacta es la que nos proporcionan los besos.
José Gabarre







Presentación del libro en La bóveda del albergue el 11 de julio de 2020