He aquí la nueva obra de un poeta ya consagrado aunque él no lo sepa o, al menos, en una actitud que le honra y que terminará por engrandecerle, no lo reconozca. Francisco J. Picón (Fran) continúa forjándose a sí mismo por líricos vericuetos cada vez más deleitosos y siempre nobles y transparentes. Si en su anterior poemario (Alambique de vestigios, Ed. Quadrivium), destilaba belleza y pulcritud, ahora nos hallamos ante la continuación de una obra poética más condensada y sabia que confirma lo que íbamos
intuyendo: Fran es un poeta especial. A lo largo de mi vida he leído críticas y prólogos muy parecidos referidos a diferentes autores y a obras muy distintas. En ocasiones, incluso, he llegado al hartazgo al leer párrafos con ideas y comparaciones demasiado semejantes, con referencias, a veces
incluso aleatorias, que bien podrían ser del estilo de: En la obra de X (ponga usted mismo, querido lector, el nombre) se advierten referencias lorquianas y de Rubén Darío, huele a Alberti, se divisa a Octavio Paz
en lontananza y parece que uno estuviera conversando con Maiakowski, o con Víctor Pozanco, o paseando junto a Machado mientras Wittgenstein le susurra al oído una estrofa condensada de versos cálidos y puros. Pues bien, yo no quiero hacer lo mismo. En la obra de Francisco J. Picón se percibe el alma de un poeta libre. No será el que suscribe quien lo compare
con ninguno de los grandes, entre otras razones porque la declaración estaría viciada en origen debido a la amistad que me une a él. El tiempo lo dirá. Pero sí seré quien afirme que en su obra la sensibilidad supura,
el talento poético bulle y el corazón palpita. Los licores que después de serpentear gotearon por la boca de salida de su alambique se han convertido ahora en un elixir de metáforas metamórficas con las
que deleitarse y a las que el lector, dependiendo de la hora, las circunstancias, la compañía o las piedras de hielo con las que las esté consumiendo, podrá extraer uno, dos, tres y hasta cuatro pliegues o frunces dispares. Ahí radica su mayor mérito poético. Pasen y beban unos sorbos. No se arrepentirán.
Javier Abelardo
Escritor